En esta novela
Brian Keene nos relata, como muchos otros, la profecía del fin del mundo. Él abre las
puertas del infierno de par en par y de él surgen criaturas renacidas de los
despojos de cuerpos humanos, con calculada maldad reflejada en sus ojos. Ellos embisten
contra todo y contra todos, ignorando el daño que se hacen a sí mismos, porque
siempre existirán más cuerpos que poseer.
Es necesario
que mueras para convertirte en uno de ellos, pero puede que con el tiempo lo
desees y si tienes suerte tal vez tu
cuerpo quede tan destrozado que no podrás ser reanimado. Así que si decides
acabar con tu vida hazlo de tal manera que no quede nada de ti. Ellos son más
que las estrellas, son infinitos, y están esperando a que les ayudes a volver,
prometiendo mil torturas.
Un grupo de
personas deben enfrentarse a esta debacle, lo más prudente sería esconderse
pero Jim desea rescatar a su hijo, y pase lo que pase lo va a intentar, junto
con una serie de personas que se le unirán en su aventura. Ellos deberán vivir
en una constante batalla, pero esto puede tener como resultado que los hombres
se vuelvan malvados, por lo que tal vez no sólo deberán luchar contra Zombis.
Este es un
libro más de literatura Z, pero a quién le importa, a mí desde luego que no. Keene
te describe determinadas escenas, como por ejemplo Zombis volando por los aires
o gusanos saliendo por las cuencas de los ojos, con tal morbosa minuciosidad
que en ocasiones me dieron ganas de parar de leer, pero no lo hice, seguí y sin
darme cuenta me encontré con la escena final. Lo peor de este libro, pues que es
una trilogía y no podremos conocer el final hasta quién sabe cuando; pufff...
que manía les ha entrado a todos los escritores. Os recomiendo este libro y
estoy segura que lo disfrutaréis.
“Estirpe miserable de un día, hijos del azar
y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy
ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber
nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto.”
Sileno, F.H Nietzsche
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